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LA SEGUNDA Y LENTA AGONÍA
DE MAN DE CAMELLE

Seis años han transcurrido desde los sucesos del Prestige, la catástrofe ecológica que despertara la conciencia colectiva de Galicia y España. “Nunca Máis!” fue el grito unánime que enfrentó al apestoso chapapote que enmerdaba la costa gallega.
Con el paso del tiempo la normalidad, al parecer, ha retornado. La naturaleza se regenera, pero las vidas perdidas no retornan. En el caso del Prestige, una escuálida figura representó, sin proponérselo, el lado humano de la tragedia: Manfred Gnädinger, el alemán de Camelle, se dejó morir en su casa-museo de la Costa da Morte, abrumado por la marea negra que destruía la obra de toda su vida.
La foto del barbudo Man, llorando su desesperación pocos días antes del lamentable final, recorrió el mundo convertida en la cara visible de la catástrofe. Meses después (en marzo de 2003) el Grupo Mixto, con la participación del BNG y respaldado por el PSOE, presentó en el Congreso de los Diputados del estado español una proposición dirigida a “la conservación y difusión del legado artístico de Man”. Esta proposición fue rechazada por la mayoría parlamentaria entonces existente, con sólo seis votos de diferencia. Mientras, en las calles de Madrid, en multitudinaria manifestación, cientos de pancartas con la foto del artista proclamaban: “Man estás aquí”. El alemán de Camelle se había convertido en el símbolo de la rebelión ciudadana frente a la ineficacia oficial.

Man, el alemán de Camelle, fascina después de muerto casi con la misma intensidad conque se le rechazó en vida. Destacados intelectuales le han dedicado artículos y crónicas; la libreta “Man por Man” continúa recibiendo adhesiones en internet; el cantautor catalán Joan Isaac y la inefable Ana Belén grabaron una canción compuesta en su memoria; la compañía de teatro Diritambo le ha dedicado la obra “El arquitecto del mar”; el cineasta y político francés Noel Nameré realizó un magnífico documental sobre su vida, divulgado en la televisión francesa e inédito en Galicia; la editorial Xerais publícó un libro del poeta Xoan Abeleira que analiza su obra artística; la pintora burgalesa Rosario Palacios le dedicó una serie de interesantes cuadros, al igual que un destacado grupo de pintores baleares; Bernardo Cequera, documentalista germano-venezolano, produjo un impactante filme que reconstruye la vida de Man en Alemania y Galicia. Y así, a menudo recibimos noticias parecidas. Lo cierto es que la sola mención del nombre del artista genera interés y admiración en muchas partes del mundo.

Y mientras tanto, ¿qué ocurre con el legado de Man? En Camelle se contruyó una Casa de Cultura que lleva su nombre y acaba de iniciar sus trabajos la Fundación que gestionará el legado del artista. Algunas actividades importantes se realizan o están en proyecto; pero los trámites burocráticos son increíblemente lentos y nada ha podido hacerse aún por restaurar su casa-museo, cuyo techo puede derrumbarse en cualquier momento. Todo esto ocurre a pesar de que Manfred Gnädinger dejó en el banco una cuenta de 120 000 € con el deseo expreso, reflejado en su testamento, de que ese dinero se dedicara a proteger su obra. Los 120 000 euros fueron a parar a manos de Hacienda, al no utilizarse en el tiempo estipulado por la ley.





EN ESTAS CAJAS PERMANECIÓ DURANTE CASI SEIS AÑOS UNA PARTE DEL LEGADO DE MAN















ASÍ CONTINÚA EL INTERIOR DEL MUSEO


La realidad es que el insólito museo de piedras que el “tolo” alemán construyera durante cuarenta años se desintegra a ojos vistas. Ésto lo perciben las cientos de personas que aún continúan visitando el lugar y constatan con asombro que el alemán de Camelle está viviendo, a pesar del esfuerzo de muchos, su segunda y lenta agonía.



UNHA PEDRA POR MAN
agosto de 2008
Jueves de cielo encapotado y viento friolero. Buen día para permanecer a cubierto, disfrutando de la tele o la buena compañía.
En el paseo de Camelle los camiones, cargados con enormes piedras, trabajan en la ampliación del dique. Ajenos a las ruedas de los vehículos, un animado grupo de personas observa las ruinas del museo de Man. Me acerco al grupo. Proceden de Madrid, Huesca, Ribadeo y León. No es extraño que gentes de tan variado origen confluyan allí: el Museo do Alemán es un sitio destacado en todas las guías turísticas de la Costa da Morte.
Murió de pena, cuando el Prestige” comenta en voz baja una señora. “Dejó ciento veinte mil euros para la conservación de éste museo” señala un hombre de castellano acento. “¿Y dónde está ese dinero?” pregunta, sorprendida, la señora. “Hacienda somos todos” ironiza el castellano. Silencio. Nadie ríe el chiste, macabro y veraz.













Ya sabemos que hay grandes proyectos con el legado de Man. Pendientes –los proyectos- de la concesión de subvenciones y algún otro indescifrable etcétera administrativo. “Grandes proyectos y nulos resultados” escribiría en uno de sus aforismos el tozudo alemán, si pudiera.
Cerca de la entrada del museo de Man una hoja de papel plastificado proclama: “Unha pedra por Man”. Mientras, los camiones continúan, incansables, arrojando al mar los bloques de granito que prolongan el dique de Camelle, un puerto donde cada año son menos los barcos que faenan. Es lo que hay.



LA INICIATIVA MAN DE CAMELLE
La idea de echar a andar la Iniciativa surge a mediados del año 2006, como una respuesta espontánea al desinterés oficial por proteger la obra de Man. Ante todo nos basamos en el insólito incumplimiento de su testamento, donde instituye "heredero de todos sus bienes, derechos y acciones, al estado español" y pide que su museo sea conservado por éste para ser destinado "ser destinado a fines culturales"; también pide en el testamento que "a su fallecimiento, su cuerpo sea enterrado en dicho museo o sepultado en el mar".



TEXTO DEL TESTAMENTO (ESTOS Y LOS SIGUIENTES DOCUMENTOS PUEDEN LEERSE HACIENDO CLICK SOBRE EL MISMO)

Basándose en lo establecido en la Ley 4/2001 "Reguladora del Derecho de Petición", la Iniciativa promovió una recogida de firmas para solicitar a la Xunta de Galicia actuara para preservar el legado de Man, como parte del Patrimonio cultural gallego.


TEXTOS, EN GALEGO Y CASTELLANO, DE LA SOLICITUD




















Las 2 144 firmas recogidas fueron entregadas oficialmente a la Xunta en enero de 2007
En el propio mes de enero de 2007 la Secretaría Xeral da Presidencia da Xunta acusó recibo de la recepción de la petición, señalando que la misma se había trasladado a la Consellería de Cultura y Deportes para su conocimiento y efectos oportunos.

Tras una prudencial espera y en vista de que no se producía ningún resultado práctico, la Iniciativa envió una segunda misiva a la Xunta
DOS AÑOS MÁS TARDE NO SE HA RECIBIDO NINGUNA RESPUESTA...


COMENTARIO
UNA PEQUEÑA PATRIA CONSTRUIDA JUNTO AL MAR

Nadie debería sentirse demasiado orgulloso de su patria, por la sencilla razón de que nadie puede escoger de antemano el lugar donde ha de nacer. Así, independientemente de su voluntad, cualquiera de nosotros podría hoy ser israelí, hutu, palestino, ruso, tutsi, checheno, norteamericano, boliviano o iraní y sentirse profundamente identificado con los valores imperantes en su no escogida nacionalidad. Lo cierto es que, siendo obra del azar, ningún ser humano debería considerar como un especial mérito el hecho de pertenecer a determinada nación o cultura. Pero, si nadie puede escoger el lugar donde ha de nacer, todos podemos escoger –pagando el precio que sea necesario- el lugar donde quisiéramos vivir y morir. Y también somos libres para elegir, dondequiera que estemos, las razones por las cuales queremos vivir y morir.
En la década de los sesenta, dictadura y pobreza obligaron, una vez más, a cientos de miles de gallegos a buscar una vida mejor en otras tierras. Europa occidental fue el nuevo destino y de allí, nadando contra la corriente, nos vino un hombre extraño. Manfred Gnädinger nació en Alemania y tras vivir en Suiza, Francia e Italia, escogió al apartado pueblo de Camelle para erigir el museo en el que centraría la razón de su existencia. No huía de la miseria, sino de la injusticia y la maldad que bien temprano mancillaran su infancia. No buscaba acumular –como es lícito- el dinero que le ayudaría a vivir mejor y asegurarse una digna vejez; sólo anhelaba paz en un sitio al que pudiera amar. Así, durante cuarenta años, una y otra vez, a menudo despreciado e incluso agredido, Man luchó con uñas y dientes por ese pedazo de costa gallega al que él llamaba “mi esposa y mis hijos”. Y en la tercera destrucción de su museo, viejo y enfermo, exhaló el último aliento.

En los negros días del Prestige, muchos gallegos y gentes venidas de otras partes del mundo empeñaron sus fuerzas en la agotadora tarea de retirar el maloliente chapapote que enmerdaba la costa y el alma de estas tierras. También, justo es decirlo, otros nacidos en Galicia les miraban trabajar desde los paseos marítimos o la tele. Y otros gritaban improperios contra un genocidio ecológico que sus impolutas manos desdeñaban combatir. Tal vez así tenía que ser y a nadie juzgaremos por ello, pues el que ayer no actuó mañana puede ser un héroe. Así es nuestra humana naturaleza.
Pero en los días del Prestige, mientras algunos miraban o hablaban, el tartamudo alemán de Camelle, desesperado, defendía con su vida la pequeña patria que él construyera junto al mar. Y decidió morir en –por- el museo al que había consagrado su existencia. Quizá sin pretenderlo, con la loca e ingenua defensa de su personal utopía, Manfred Gnädinger defendía el derecho que todo ser humano tiene a vivir libre de las convenciones y jerarquías sociales, de la ideas impuestas por otros, del inútil afán de acumular bienes y poder, de la insana hipocresía y la efímera vanidad. Nadie amó con más fuerza que él a un pedazo de costa descarnada e inútil. Y luchando hasta la muerte por el puñado de piedras donde palpitaban sus ilusiones, estaba defendiendo a Galicia, su Patria, el lugar que él escogiera para vivir. “Donde esté tu corazón, allí estará tu tesoro” dijo hace mucho tiempo otro loco sublime.
No sólo es patriota quien medra a costa del lugar donde ha nacido. El verdadero patriota reconoce al mundo como su casa, y lo entrega todo por el rincón del planeta en que ha elegido edificar sus sueños.
Manfed murió de tristeza y podredumbre. Todos –absolutamente todos- le dejamos agonizar durante casi un mes, en la triste soledad de su caseta. Absolutamente solo ante el destrozo de su museo, ante el insoportable olor del chapapote, ante la enfermedad que consumía su cuerpo y la depresión que desgarraba su espíritu. Manfred Gnädinger se ahogó ante nuestros ojos, digno y callado, sin que nadie hiciera algo efectivo por salvarlo. Y, una vez muerto –cual carroñeros- algunos intentamos sacar tajada política de su martirio, otros pretendimos exhibir poéticas sensibilidades cantando loas al intransigente anacoreta, varios aspiramos a ganar dinero o crédito profesional fabricando historias sobre su vida. Todos, con Manfred, sin pretenderlo, hemos sido un poco fariseos: sepulcros blanqueados; hermosos por fuera y corruptos por dentro.
Cuatro años después de su muerte y con su propio dinero amén del que la Xunta le quitara a los premios Max del 2002 y otros fondos municipales, se construyó en Camelle una Casa de Cultura dentro de cuyas paredes no es posible encerrar el espíritu de este hombre, libre hasta las últimas consecuencias.
LA CASA DE CULTURA, CUANDO ESTABA EN PROCESO DE CONSTRUCCIÓN
¿Y qué nos dejó este hombre, de valor? Algunos dirán: “nada”. Creo, sinceramente, que el culto y bien informado alemán no empeñó de balde su vida en ese maravilloso rincón de la Costa da Morte. Es posible que su obra visible hoy, apenas unas cuantas piedras y la destartalada caseta que el tiempo y la desidia pronto reducirán a escombros, no sea lo esencial del legado de este radical personaje. Tal vez junto a sus pertenencias estén los folios con los aforismos que durante cuatro décadas escribiera acunado por el silencio, el viento, las piedras y el mar. Tal vez esos aforismos tengan algo que decirnos a los que, sin sosiego, vivimos inmersos en un mundo donde la vanidad es cotidiana dueña del aire y el dinero el único Dios verdadero. A fin de cuentas, escribir lo meditado en soledad ¿no es eso lo que, desde siempre, han hecho esos individuos a los que respetuosamente llamamos filósofos? Aunque, como Diógenes, vivieran en un tonel o, como Bertrand Russell, fueran a la cárcel por pretender nadar contra la corriente.


¡SALVEMOS EL LEGADO DE MAN!

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